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La Restauración monástica en España
I. Aproximación al contexto político y religioso.
La restauración monástica que tiene lugar en España a lo largo del siglo XIX es una aplicación concreta de los esquemas de la restauración general que acontece en Europa durante el mismo periodo, pues ésta no es otra cosa que una respuesta, tanto en España como en Francia, Alemania o Italia, a las ideas del liberalismo. Dichas ideas adquieren una fuerza tan notable que en todos los casos surgirán partidarios y detractores de las mismas. Unos y otros van a influir no solamente en los ambientes políticos y sociales sino también en el seno del catolicismo español.
En nuestro país fue enérgica la resistencia contra el liberalismo por parte de los tradicionalistas, tanto carlistas como integristas. El carlismo representó una de las banderas izadas desde el campo católico contra el ordenamiento político y religioso del sistema canovista. El integrismo, identificado con la forma ideológica y la acción militante defendidas por una corriente del catolicismo español de la época, se ocupó de alimentar “la situación de enconamiento de la ya enrarecida convivencia religiosa y la polarización del catolicismo hispano en cuestiones políticas».
Veamos los acontecimientos más señalados de la situación política de España y las medidas eclesiásticas que de ello se siguieron, anticipando que la legislación eclesiástica se acomodaría, en líneas generales, al ritmo que estableciese la política. En efecto, a cada una de las exclaustraciones y desamortizaciones decretadas por los Gobiernos liberales españoles, le seguirán nuevos intentos por normalizar la vida regular en los claustros, aprovechando para esto los períodos de calma política.
La sociedad española se vio profundamente envuelta en los torbellinos de la Revolución Francesa (se contaba más monasterios cistercienses que benedictinos). El 2 de mayo de 1808 comenzaba en Madrid la Guerra de la Independencia por liberar a España del ejército francés. El 18 de julio se rendía Dupont en Bailén al General Castaños. Como reacción ante la derrota sufrida, Napoleón invadía la Península y decretaba en 1809 la supresión de la tercera parte de los conventos. Entronizado en Madrid su hermano José Bonaparte, éste suprimía la Inquisición, expulsaba de los territorios dominados a las Órdenes religiosas y decretaba la confiscación de los bienes eclesiásticos.
La exclaustración de 1809 no iba a durar mucho tiempo, pues seis años después de su destierro en Valancey Fernando VII recupera su trono (mayo de 1814). Este hecho significa a la instauración del “Primer Periodo Absolutista” (1414-1820) y sus correspondientes medidas políticas: Implantación del poder absoluto y abolición de cuentas reformas políticas y administrativas se hubieran puesto en práctica durante su ausencia. Anulado el Decreto de Bonaparte, los religiosos pudieron volver ese mismo año a sus conventos y monasterios. La restauración llevada a cabo por Fernando VII se resentirá de los mismos defectos de la restauración llevada a cabo en otros países europeos. La iglesia recuperaba sus antiguos privilegios, pero esto iba a provocar las iras de las “sociedades secretas”, que triunfarán temporalmente en 1820, obligando a Fernando VII a aceptar la Constitución de 1812. Esta situación apenas perduró un lustro. Durante el periodo del “Trienio Constitucional” (1820-1823), varios Decretos de las Cortes de Cádiz ordenaron la exclaustración de los religiosos regulares y la ocupación de los conventos de frailes.
Los acontecimientos se sucedían con rapidez, de manera que la reacción política que da paso al “Segundo Periodo Absolutista” (1823-1833, “Década Ominosa”) permite que en 1823 los obispos desterrados puedan incorporase a sus sedes y los exclaustrados a sus conventos para reanudar la vida religiosa, todavía sin sospechar que esta circunstancia duraría apuradamente una década.
A la muerte de Fernando VII (29-IX-1833) quedaban abiertas las puertas del poder para aquellos liberales que tanto había combatido. La lucha entre liberales y absolutistas adquiere ahora una nueva dimensión: La de una pugna doctrinal encubierta por un problema dinástico. Las “Guerras Carlistas” ensangrentaron la nación durante cuarenta largos del siglo XIX.
La medida exclaustradora que inicia, según Revuelta González, el proceso de supresión de los conventos es la fecha 26 de marzo de 1834, por la que se suprimen los monasterios y conventos desafectos (aquellos que se habían mostrado carlistas a la muerte de Fernando VII); el 22 de abril se prohibía la admisión de novicios en todos los conventos (la medida se hacia extensiva para las novicias el 18 de agosto). Suprimida la Compañía de Jesús el 4 de julio de 1835, seguirán idéntica suerte aquellos monasterios y conventos que contaban con menos de doce miembros, hasta que, por Decreto de 11 de octubre de 1835, Alvarez Mendizábal determinaba la exclaustración de todos los religiosos apelando al “excesivo número de monasterios”, su “escasa utilidad” para la asistencia de los fieles, el “perjuicio público” que suponía la amortización de las tierras detentadas por ellos, y la conveniencia de una “mayor circulación de bienes”. Algunos meses más tarde (8 de marzo de 1836) es ya un hecho la exclaustración general. Por la ley de 29 de julio de 1837 Mendizabal declara de propiedad nacional los bienes raíces, rentas, derechos y acciones de las comunidades e institutos religiosos. Se ponen en venta los bienes pertenecientes a abandonar sus casas y contemplar cómo su patrimonio pasa a otras manos.
La situación religiosa en el territorio dominado por los liberales e isabelinos fue empeorando. En 1842 Gregorio XVI denuncia en una Encíclica los atropellos cometidos contra la Iglesia Católica en España. En 1851 se firma el Concordato entre la Santa Sede y el Estado Español, por el que éste reconoce el derecho de la Iglesia a adquirir propiedades, devuelve los bienes confiscados que estaban enajenados y contribuye al sostenimiento del culto y clero. Algunos años más tarde, el 1 de mayo de 1855 el progresista Madoz dicta la “Ley de Desamortización”, que habría de durar hasta septiembre de 1856. La reina Isabel II es destronada en 1868, suceso que provoca la implantación en España de una nueva Constitución republicana (hasta 1873). De nuevo, en 1875 se restaura la Monarquía española con Alonso XII, hijo de Isabel II. En la Constitución de 1876 la religión católica es declarada “religión oficial del Estado”.
A semejanza de lo que ocurría en Europa, un signo de la vitalidad católica española durante el siglo XIX (“subcultura católica”) fue el importante número de congregaciones religiosas que se fundaron en nuestro país. En España, el retorno a la tradición escolástica (adaptación y renovación del tomismo) estuvo representada por algunas figuras de relieve, entre ellas el cardenal Ceferino González, Alejandro Pidal y Mon, el padre Colunga, los dominicos Matías García, Juan González Arintero y María Sola, el presbítero gallego Amor Rubial, los catalanes Rubió i Ors, Duran i Bas o Joseph Torras i Bages (obispo de Vic), considerado el neotomista más eminente de la época. Los destacados apologetas del catolicismo que encontramos en España se llamaron Jaime Balmes (1810-1912), Antonio María Claret y otros. Al lado de católicos de talante tradicionalista, como los mencionados, tampoco faltaron hombres de Iglesia –clérigos y laicos- liberales y progresistas (Diego Muñoz Torrero, Joaquín Lorenzo Villanueva, por citar algunos), de reconocida influencia en el liberalismo hispánico. Por lo demás, diversas instituciones españolas iban a irradiar nuevas ideas en ese contexto de restauración. El “Ateneo de Madrid” (fundado en 1820, disuelto en 1823, restaurado en 1835). El resurgimiento de las culturas regionales es otra de las señales que aparecen en la segunda mitad del s. XIX.
Fue desigual la suerte que siguieron las Órdenes monásticas tras las medidas de exclaustración y desamortización. Una prueba de ello es que, a partir de 1835 desaparecía definitivamente el Orden monástico español de San Basilio, comúnmente conocido como los “monjes basilios”.
La persistencia de las leyes desamortizadoras y de la supresión de los religiosos reportó un progresivo deterioro de los monasterios y conventos vacíos, su expolio y, en algunos casos, hasta su ruina. Algunos cenobios pasaron a manos de particulares, que los destinaban a los más variados usos o, simplemente, los abandonaban a la suerte que el tiempo les deparase. Hubo monasterios que vendrían a engrosar con el paso del tiempo los bienes del Estado, otros aumentarían las propiedades de los Obispados o de las Congregaciones religiosas. La desamortización causó la expoliación y la merma de muchas de las bibliotecas monásticas algo que después iba a repercutir poderosamente en las economías, y en el patrimonio cultural monástico. Expoliados, robados, vendidos…, importantes fondos documentales fueron a parar a bibliotecas provinciales, a Obispados, al Archivo Histórico Nacional, a la Biblioteca Nacional, a la Real Academia de la Historia, o a manos de particulares; una parte del material se perdía para siempre, o iba a engrosar los bienes de las bibliotecas extranjeras. Naturalmente, todos los monasterios no padecieron la misma suerte. (En general fueron los monasterios cistercienses y jerónimos los más perjudicados por la expoliación de sus archivos y bibliotecas. Dígase lo mismo en cuanto a mobiliario, objetos sagrados y obras de arte). Los frailes y los monjes exclaustrados intentaron rehacer su vida por caminos muy diversos, unos refugiándose en los monasterios extranjeros que tuviera la Orden (excepto en el caso de los Jerónimos), algunos vinculándose a las diócesis o a diferentes instituciones religiosas, otras acudiendo a sus familias de origen, o volviendo al estado secular.
La vuelta a los claustros, digamos la restauración de la vida monástica, iba a transcurrir de manera desigual entre las Órdenes. La incorporación de los monjes a la vida regular se llevaría a cabo según lo permitiesen las circunstancias particulares (número de miembros, estado material de los edificios, rentas, bienes, propiedades, cargas preservadas, etc.) Los primeros abades restauradores pondrán empeño, lo primero, en resolver las condiciones de habitabilidad del lugar, despejar el horizonte económico y velar por las observancias. La restauración de la vida monástica se efectuó en medio de enormes dificultades y sacrificios, pues era mucho lo que se había roto y perdido. En líneas generales, esta empresa iba a ser una restauración de la etapa anterior, aunque con mayores restricciones. En cualquier caso, podemos afirmar que en el siglo XIX se abre una nueva etapa en el monasterio español.
II. La restauración de los monjes benedictinos en España
De aquel “Orden Benedictino” que creara León XIII en 1893 para fortalecer la estructura de los cenobios benedictinos, van a quedar en España dos de las 21 Congregaciones que forman actualmente esta Orden, a saber; la congregación italiana de Subiaco o Congregación Sublacense, y la congregación francesa de Solesmes o Congregación Solesmense.
La “Provincia Hispánica” (La congregación Sublacense se divide en varias “Provincias” (formadas por varias monasterios agrupados geográficamente). Actualmente dicha congregación está formada por las siguientes “Provincias” monásticas: Italica, Angelica, Flandrica, Gallica, Hispanica, Germanica, Africana y de Madagascar, Philippina, Vietnamita, Monasterio extra Provincias (a este grupo pertenecen hoy dos monasterios, localizados uno en Australia y otro en Italia). De la Congregación de Subiaco está representada hoy en nuestro país por las abadías de “Nuestra Señora de Montserrat” (Barcelona), “San Julian de Samos” (Lugo), “Nuestra Señora de Valvanera” (Logroño”, Santa Teresa de Lazkao” (Guipúzcoa), y por los prioratos de “Nuestra Señora de Estíbaliz” (Alava) y “Santa María de El Paular” (Madrid).
La Congregación de Solesmes la forman en España las abadías de “Santo Domingo de Silos” (Burgos), “San Salvador de Leyre” (Navarra), “Santa Cruz de El Valle de los Caídos” (Madrid), y el priorato de “Nuestra Señora de Montserrat” o “Montserratico” (Madrid capital), dependiente de Silos.
Ambas Congregaciones pertenecen a la misma “familia monástica”, pero las realizaciones del proyecto benedictino difieren entre sí, precisamente por la autonomía jurídica que caracteriza a cada una de ellas, haciéndolas independientes una de la otra. Cada Congregación se rige por Constituciones propias y está bajo la autoridad y jurisdicción de un Abad-Presidente. Las Congregaciones dentro de ellas, la celebración de capítulos Generales por Congregaciones y del pluralismo existentes en el Orden Benedictino. Conservando la misma raíz, varían, sin embargo, las directrices, los estilos, las observancias…, las resoluciones concretas de lo monástico da lugar a un extremo abanico de formas y proyectos de vida.
Esto hace que sea prácticamente imposible reducir el amplio espectro benedictino a un solo denominador común, de ahí que todo intento de uniformidad que se quisiera imponer carecería de éxito. La solución en la esfera jurídica ha pasado por agrupar el conjunto de las Congregaciones benedictinas en una vasta Confederación.
Por lo que atañe a la restauración de las abadías y prioratos que conforman la Provincia por Montserrat, recordaremos que fue en 1844 cuando el abad José Blanch (retirado en Palermo desde 1835) regresa a Montserrat con algunos de sus antiguos monjes en calidad de sacerdotes custodios del Santuario catalán. Esta primera etapa resulta muy precaria hasta el año 1885, fecha en que se organiza, con autorización del Gobierno de España, siendo abad Dom Miquel Muntadas (1862), un Colegio de Misioneros de Ultramar, lo cual permite admitir candidatos a la vida monástica. El abad Muntadas está considerado el “alma” de la restauración de Montserrat. Intentó restaurar la Congregación de San Benito el Real de Valladolid, a la que había pertenecido el monasterio catalán hasta la desaparición de aquella en 1835, pero no pudiendo conseguir dicho objetivo decidió unirse a la congregación Sublacense en 1862, a fin de conseguir mayores atribuciones y resolver la situación jurídica de su comunidad. Montserrat prosigue su obra restauradora a partir de 1885, esta vez de la mano del abad Dom Joseph Deás (1885-1912), quien contribuye a la restauración de la vida monástica en otros monasterios, tanto dentro como fuera de España.
Era el año 1890 cuando la abadía de Montserrat fundaba el monasterio de Nuestra Señora del Pueyo. En 1901 enviaba algunos monjes para proseguir la vida monástica en el monasterio y santuario de Nuestra Señora de El Miracle (Solosana), fundado el año 1889 (1901), priorato dependiente de Monserrat desde 1903, priorato independiente a partir de 1917, y, de nuevo, Casa dependiente (dentro de la estructura organizativa de la Congregación Sublacense benedictina encontramos cenobios de dos clases, a saber, los llamados monasterios autónomos, que pueden ser Abadías o Prioratos conventuales, y las Casas dependientes) de Montserrat desde 1932. Actualmente también depende de Montserrat el monasterio de San Miguel de Cuixá (Codalet, Francia).
En 1880 se restaura la vida monástica en el monasterio gallego de Samos, a impulsos del abad Gaspar Villarroel (1880-1893), quien reanuda el proyecto religioso siguiendo los usos y costumbres de la desaparecida Congregación de San Benito de Valladolid (la reforma monástica impulsada por la Congregación de San Benito de Valladolid a finales del siglo XV y comienzos del XVI estuvo promovida por los Reyes Católicos), hasta el año 1893, cuando el monasterio pasa a formar parte de la Provincia Española de la Congregación Sublacense. Dos años antes (1891) los monjes de Samos habían implantando la vida cenobítica en el antiguo monasterio cisterciense de San Clodio del Ribeiro. Fue en vistas a consolidar las dos comunidades cuando los monjes solicitaron su incorporación a la Congregación Sublacense (denominada hasta 1958 Congregación Casinense de la Primitiva Observancia.) La labor restauradora impulsada desde Samos llevó la vida monástica no sólo a San Clodio, sino también a San Salvador de Lorenzana (Lugo) en 1910 (restauración ratificada por la Orden en 1915) y al monasterio de San Vicente del Pino, en la localidad de Monforte de Lemos (Lugo) en 1923. De esta abadía depende hoy el monasterio benedictino de Mayagüez (Puerto rico).
En 1883 se inicia desde Montserrat la restauración de Valvanera, que también había pertenecido a la Congregación de San Benito de Valladolid. El Capítulo General de la Provincia Española de la Congregación Casinense de la Primitiva Observancia elevó el monasterio riojano a la categoría de priorato independiente en 1892, alcanzando el título de abadía en 1900.
Una buena parte de la comunidad monástica de Valvanera se traslada en 1954 a la antigua Cartuja de El Paular (Madrid), después de que la vida regular de los cartujos se interrumpiera en 1836. El actual monasterio benedictino es priorato desde 1957.
La vida benedictina se restaura en Estibaliz (Vitoria) en 1923 gracias a los monjes procedentes de Santo Domingo de Silos. Tras la supresión del título de priorato independiente confirmada por la Santa Sede el 15 de mayo de 1963, la Congregación de Solesmes transfiere monástica a la Congregación de Subiaco. La restauración monástica de Estíbaliz culmina ese mismo año (2 de julio de 1963) con monjes originarios de Lazcano. (En los primeros años de la década de los sesenta la comunidad benedictina de Lazcano era una comunidad numerosa y joven, con miembros recién formados en algunas universidades, deseosos de implantar un estilo de vida monástica renovada en un lugar tan representativo de la religiosidad y la cultura regionales lo es el monasterio de Estíbaliz). Con rango de priorato conventual desde 1955, el monasterio de Estíbaliz queda unido a la congregación Sublacense en 1963. En 1999 recupera el título de Priorato independiente.
En el caso de los monasterios benedictinos unidos a la congregación de Solesmes, hay que señalar que la restauración monástica de Silos es obra de los monjes franceses procedentes de la abadía de Ligugé, que en 1880 llegan al cenobio castellano después de haber obtenido del Arzobispado de Burgos la cesión gratuita del mismo. Desde 1881 la comunidad silense estuvo regida por Dom Guépin, monje formado en Solesmes, nombrado abad de Silos en 1894 y considerado el principal impulsor de la implantación del “ideario de Solesmes” en nuestro país. A través de sus fundaciones, Silos expande en pocos años este proyecto benedictino.
De la abadía silense se originan dos nuevas comunidades monásticas: el priorato de San Benito (Buenos Aires, Argentina), fundando en 1916, y la restauración de Nuestra Señora de Montserrat (Montserratico), en Madrid, (monasterio fundando en 1643 a instancias del rey Felipe IV). (Con la fundación de Nuestra Señora de Montserrat en la capital de España, el abad Guépin quería “proporcionar un director a las monjas benedictinas de San Plácido, y al mismo tiempo una pequeña residencia a los monjes de su monasterio para perfeccionarse en algún ramo del saber o para completar trabajos de erudición”). En 1922 quedaba erigida canónicamente esta fundación, y en 1926 obtenía el título de priorato simple, categoría jurídica que sigue manteniendo hasta hoy.
Del año 1954 data la restauración del histórico monasterio de Leyre, con monjes enviados por la abadía de Silos. El monasterio navarro permaneció bajo la dirección de los abades de Silos hasta 1979, fecha en que recupera su autonomía y, de nuevo, tiene lugar la erección canónica de Leyre como abadía.
El 23 de agosto de 1957 se publicaba un Decreto-ley del Gobierno español ordenando la (espectacular) fundación de La Santa Cruz de El Valle de los Caídos, según voluntad expresa del General Franco. El Capítulo General de la congregación de Solesmes daba su aprobación para que fueran los monjes de Silos quienes aceptaran la propuesta de Franco. El Papa Pio XII refrendaba tan singular fundación con el Breve “Stat Cruz” de 27 de mayo de 1958. Ese mismo año tomaba posesión del nuevo monasterio un grupo de 20 monjes silentes, todos ellos profesos solemnes, de los cuales doce eran sacerdotes.
III. La restauración de los monjes cistercienses en España
Antes de repasar la moderna historiografía de la restauración cisterciense en nuestro país, conviene dejar constancia en un par de líneas de la entrada de la Orden de Císter en la Península Ibérica, a fin de encuadrar el modelo de expansión de este proyecto monástico y entender su estructura formal.
La abadía de Citeaux, fundada en 1098, está considerada la Casa-madre del Orden Cisterciense. De aquí surgieron, a comienzos del siglo XII, cuatro grandes monasterios o fundaciones (Casa-hijas): La Ferté (1113). Pontigny (1114). Clairvaux (1115), Morimond (1115). Estas abadías francesas son, a su vez, las casas matrices de donde arrancan las cuatro grandes filiaciones (ramas troncales) que vertebran la estructura y la expansión de la familia cisterciense en el mundo. De este modo, y bajo una estructura organizativa que tiene como principio la relación vinculante de “Casa madre” a “Casa hija”, es como se expande el Císter y se introduce en nuestra geografía. Así, en el caso de los monasterios españoles cistercienses, todos se derivan de las líneas de Clairvaux y Morimond. La entrada de los cistercienses en suelo hispano se sitúan históricamente en la primera mitad del siglo XIII, siguiendo, en concreto, este modelo. Los monasterios que se implantan en Castilla, Navarra y Aragón son ramificaciones de Morimond a Través de las abadías de Scala Dei (1137) y Berdoüs (1137), mientras que los monasterios de Galicia, León, Portugal, Cataluña y Valencia representan la rama de Clairvaux, bifurcada por las abadías de Tríos Fontaines (1118) y Fontenay (1119).
IV. Los cistercienses de la Estrecha Observancia.
La restauración de los monjes cistercienses de la Estrecha Observancia atañe a los monasterios de La Oliva, dueñas, Viaceli, Osera, Huerta, Cardeña, y Sobrado de los Monjes.
Los primeros monjes cistercienses que encontramos en nuestro país después de la desamortización son los que se establecen en el monasterio navarro de La Oliva. Esto sucede en el año 1927. Algunos monjes de La Val-Sainte habían llegado a España en 1796 al monasterio de Santa Susana, en Maella (Zaragoza). Expulsados en 1835, la comunidad encontró refugio en la abadía francesa de Divièlle, hasta que el Decreto de expulsión de los religiosos “no nacionalizados en Francia” obligó a los que eran españoles a regresar a España en 1880. Esta repatriación obligó a los monjes a recorrer algunos lugares de Castilla y de Cataluña buscando dónde proseguir la vida regular (San Pedro de Cardeña, en Burgos; Nuestra Señora de Hort y Bellpuig de Les Avellanes, en Lérida; Val de San José, en Madrid), empresa que pudo cristalizar al tomar posesión de La Oliva en 1889. De ahí que se considere “Cada fundadora” del monasterio navarro a la comunidad de La Val-Sainte, hoy desaparecida. En 1948 La Oliva se convierte en abadía. La “Casa madre” de este monasterio es la abadía de Santa María de Huerta. Por su parte, La Oliva es “Casa madre” de las comunidades monásticas de Zenarruza. Las Escalonias (ambas son fundaciones de La Oliva), y Tulebras (monasterio de monjas).
La restauración de San Isidro de Dueñas es obra de la abadía francesa de Notre-Dame du Désert, que tomó posesión del cenobio castellano con algunos monjes llegados hasta él el 18 de marzo de 1891, año en que la Santa Sede aprueba la erección canónica del monasterio con el título de priorato. En 1901 se constituye en abadía. El monasterio tiene en la abadía francesa su “Casa fundadora” y su “Casa madre”. A su vez, la abadía de dueñas tiene como “filiaciones” las comunidades de Osera, Cardeña (restaurado por San Isidro), Bela-Vista (Angola), y Jacona (México), -las dos últimas son fundaciones de San Isidoro-, además de los monasterios femeninos de Alloz (Navarra) y la Paz (Cartagena).
El monasterio de Santa María de Viaceli es de reciente creación. Fundando en 1908, es él último monasterio que reproduciendo planta arquitectónica medieval se construye en España en los tiempos modernos. Fueron los hermanos Quirós, propietarios del terreno donde hoy se levanta el monasterio, los mecenas y fundadores de Viaceli al promover un proyecto de carácter educativo-laboral, cuya ejecución dejaban en manos de aquellos monjes cistercienses que se establecieran a tal fin en Cóbreles. Dicho proyecto, orientado a la formación de jóvenes de la zona, se materializaba mediante la creación de un Instituto Agrícola-Ganadero, que comprendía una granja de explotación de ganado vacuno (“con las mejores técnicas de la época”) y una fábrica de quesos y mantequilla, así como un Colegio-internado para los alumnos del Instituto. La obra educativa de los monjes de Viaceli tuvo cierto alcance en esta comarca de Cantabria desde sus comienzos hasta los años de la Guerra Civil en que, dispersados los monjes en noviembre de 1936, los trabajos quedaban interrumpidos. Con la restauración de la vida monástica –todavía entre los ecos de la contienda bélica-, el singular proyecto de la “Fundación Quirós” no volvería a emprenderse.
Era en 1902 cuando el Capítulo General de la Orden autorizaba la fundación en Cóbreles de “un Monasterio y una Escuela de Agricultura”. El 21 de diciembre de 1908, Pío X ratifica canónicamente la fundación en su doble aspecto monástico y docente, y confiere al monasterio el título de abadía. El edificio destinado a Instituto Agrícola se concluye en 1906 y las obras del monasterio, propiamente dicho, finalizan en 1910, aunque los monjes no inauguran en él la vida regular hasta mayo de 1912. La fundación de Viaceli se lleva a cabo con monjes del monasterio francés de Santa maría del Desierto, convirtiéndose, de este modo, en “Casa madre” del cenobio cántabro. Viaceli no tardó muchos años en llevar la vida cisterciense a otros puntos de nuestra geografía, restaurando la vida monástica primero en Santa María de Huerta y, posteriormente, en Sobrado de los Monjes. Hoy, además de ser “Casa madre” de estos monasterios, los monjes de Viaceli han prolongado su presencia hasta el monasterio de Jarabacoa (Republica Dominicana), y su abad detenta el cargo de “Padre Inmediato” de los monasterios femeninos de Santa Ana (Ávila) y de La Asunción en Carrizo de la Ribera (León).
Tuvo que pasar casi un siglo (1835-1930) para que la vida monástica se restaurase en Santa María de Huerta, porque es en 1930 cuando se reanuda en el lugar el proyecto cisterciense, por medio de los monjes de Viaceli. Después de atravesar muchas dificultades durante los años de la Guerra civil, la vida monástica se consolida a partir de 1950, año de la erección del monasterio en priorato. En 1965 el cenobio recupera su condición de abadía tras la restauración. “Casas hijas” del cenobio hortense son en la actualidad el monasterio de La Oliva y el femenino de Santa María de Vico (La Rioja). Los monjes de Huerta proyectan restaurar la vida cisterciense en el antiguo monasterio de Monte Sión (Toledo).
Surgiendo de sus ruinas y de lo que había sido durante la Guerra española un campo de concentración de prisioneros, diecinueve monjes restauraban la vida monástica en San Pedro de Cardeña el 1 de mayo de 1942. Venían todos ellos de la “Casa madre” de San Isidro de Dueñas. En 1945 Cardeña adquiere cierta autonomía con rango de priorato: tres años después (1948) alcanzan el título de abadía. El incendio que sufrió el monasterio el 1 de febrero de 1967 obligó a emprender la reconstrucción de gran parte del conjunto monástico, transformándose en la fábrica que hoy podemos admirar. La abadía tiene como “Casas-hijas” a los monasterios femeninos de Santa María la Real de Arévalo (Ávila) y de Benagüacil (Valencia).
Como hemos anticipo, la restauración monástica en Sobrado de los Monjes (Sobrado dos Monxes) se lleva a término desde la abadía de Santa María de Viaceli. Los primeros monjes llegaron al semiarruinado cenobio gallego en 1954, comenzando, de inmediato, con los trabajos de reconstrucción que permitieran hacerlo habitable. La primera etapa de la restauración culminaba el 25 de julio de 1966. Hoy ostenta el t´titulo de priorato Mayor. Lo mismo que as abadías de Osera, Huerta, o Cardeña, este monasterio no ha realizado hasta el presente nuevas fundaciones en la Orden, aunque tiene el vínculo de “Padre Inmediato” con el monasterio de monjas de Armenteira (Pontevedra).
Otra característica de la Orden de los Cistercienses de la Estrecha Observancia es la agrupación de sus monasterios en Regiones monásticas (su Órgano asambleario lo forman las Conferencias Regionales), creadas para “fomentar la comunión y la cooperación fraterna en su área geográfica y en toda la Orden. Hoy son doce el número de estas Regiones (masculinas, femeninas, o mixtas). La Región Española (mixta) está formada por el conjunto de monasterios masculinos y femeninos con los que cuentan la Orden en nuestro país. Sus competencias han sido reguladas por el “Estatuto de las Conferencias Regionales” de 1977. Este modelo organizativo contribuye a una mayor comunicación entre las comunidades, sirviendo de instrumento para potenciar la ayuda intermonástica y respaldar la identidad de cada proyecto monacal.
V. La restauración de los monjes Jerónimos.
Las sucesivas exclaustraciones de los religiosos conventuales adquiere características especiales en el caso de los Jerónimos. Esta Orden, que había gozado tradicionalmente de la protección de la realeza (a veces de la intromisión del rey en asuntos internos de la Orden), no se había visto afectada de manera tan negativa y determinante por hechos externos hasta las exclaustraciones temporales de 1808-1813 y 1820-1823, y, más todavía, a raíz de la supresión de los cenobios masculinos, que obligó a los monjes Jerónimos (alrededor de un millar se contabilizaban en vísperas de la última exclaustración) a abandonar los 46 monasterios que la Orden tenía en España en ese momento. El desgraciado suceso va a provocar la desaparición de esta observancia monástica durante casi cien años. Y a punto estuvieron de desparecer los jerónimos, si tenemos en cuenta que no existían fuera de nuestra Península otros cenobios donde pudieran refugiarse los religiosos exclaustrados, o que contribuyeran a su restauración en España, como había sucedido en el caso de otras Órdenes.
Después de los acontecimientos de 1835 los Jerónimos intentaron en algunas ocasiones la restauración de su proyecto. Encontramos un primer intento de restauración en El Escorial el año 1854, deshecho tras la situación política desencadenada en julio de ese mismo año. Otra iniciativa surge en el monasterio de Guadalupe entre 1884 y 1885, planificada por siete de los exclaustrados, también sin éxito. El tercer movimiento restaurador se persigue entre 1915 y 1918, de iguales resultados a los anteriores. Hay que esperar al año 1924, fecha en que se inicia, esta vez con mejores resultados, la restauración de la vida jerónima en el monasterio de Santa María del Parral, en Segovia, por mediación del presbítero Manuel Sanz (después llamado Fray Manuel de la Sagrada Familia) tras haber obtenido el beneplácito del Papa Pío XI para comenzar la obra restauradora. De este proyecto, alentado por las monjas jerónimas del monasterio de La Concepción de Madrid, son herederos los actuales monjes Jerónimos.
VI. Pensar la restauración monástica.
Las líneas maestras por las que hoy discurre el monacato occidental en Europa arraigaron en los ambientes católicos restauracionistas del siglo XIX. La vida monástica de nuestro tiempo, tal como la llevan a cabo los monjes benedictinos, cistercienses y jerónimos es, en términos globales, un reflejo del modelo restauracionista decimonónico.En palabras de Leclercq, la restauración monástica del siglo XIX se habría caracterizado por estos rasgos:
“Monacato de reacción contra un estado reciente de la sociedad y de la Iglesia que estaba dejando en el presente; de restauración de un pasado conforme se creía que había sido, no de creación o de inserción en una situación nueva – e irreversible- del mundo; orientado no hacia este mundo (…), sino hacia la creación de islotes de cristiandad que intentaban revivir un pasado.”
Más recientemente, Lluis Duch ha enjuiciado esta restauración y sus consecuencias para el monacato posterior en los siguientes términos:“Se ha subrayado con insistencia que la vida monástica en Occidente –y de manera especial la restauración romántica del siglo pasado (Solesmes, Beuron, Subiaco)- ha tenido como modelo la sociedad feudal, lo cual implica que en los monasterios actuales impera una concepción piramidal, feudalizante, de las relaciones humanas en el seno de la sociedad monástica, porque, por regla general, no se ha llevado a cabo una serena reflexión crítica sobre las implicaciones que la restauración católica del siglo pasado (en concreto, los antecedentes y las consecuencias del Vaticano I) tuvo sobre la vida monástica, la cual a menudo se formuló como respuesta militante a la Revolución Francesa y a las revoluciones decimonónicas.”
“El peso negativo que arrastra el monaquismo europeo es que no ha sido capaz de superar la visión del mundo y la praxis correspondientes de tipo feudal y clericalizante, que se agravó a causa de la restauración católica del siglo pasado.
Los monasterios europeos más influyentes en la época (Solesmes, Subiaco, Beuron, María, Laach,), así como las ideas y modelos que se impulsan desde ellos, habían surgido en la atmósfera de un retorno “romántico” (o “postromántico”) a los “siglos de la fe”, a la Edad Medía, idealizada en el siglo XIX como época de la fe y de gran fervor, de unidad de la cristiandad, y de la que se intentaba recuperar un conjunto de elementos (poder centralizador del papado, unidad litúrgica, pureza de observancias…) Por eso, el proyecto de restauración nos remite, desde un punto de vista formal, a una particular manera de pensar y de actuar, a una teoría y a una praxis orientadas a introducir en tiempo presente esquemas de una época pasada, vista como “apetecible edad de oro” de una determinada religión, nación o cultura. Dicho con otras palabras: La restauración monástica es, en el fondo, un intento por volver a la “sacralización” del tiempo y el espacio según las formas del Antiguo Régimen (frente a la industrialización), mediante la activación de un conjunto de artefactos, entre otros unos estilos arquitectónicos (grandes abadías), un modelo de liturgia, un ideal de autoridad (según el modelo que impulsaba el Vaticano I), un régimen de gobierno y de administrativo del poder, una estética religiosa (canto gregoriano, exuberancia de rúbricas en el culto), una idea de trabajo manual (vuelta al artesanado), una concepción romántica del espacio natural (cierta “manía” a la ciudad). Estas son, a nuestro juicio, las principales representaciones (“rationales”) que adornan el movimiento de de restauración monástica, sin las cuales no es posible entender en todo su alcance la vida de nuestras comunidades monásticas.
Sin embargo, aunque la restauración monástica ha seguido unos patrones generales, no se ha llevado a cabo de la misma manera en todas Órdenes, ni ha tenido los mismos resultados en cada país y en cada monasterio. Cada restauración tiene un cariz propio según regiones, lugares y tiempos. Unas restauraciones son más deudoras de elementos o ingerencias extranjeras que otras. Unas son más “regionalistas” que otras. Las hay mucho más “continuistas”. Las comunidades monásticas tampoco revitalizan de la misma manera el legado de su patrimonio espiritual, intelectual o cultural. Pero no cabe duda que la restauración y otro tipo de restauraciones (de signo político, cultural, religioso, etc) forman parte de un “todo” contextual. Una cosa nos parece clara: Las restauraciones, sean del tipo que sean, no se caracterizan en absoluto por su creatividad; no tienen como meta la posibilidad de una nueva experiencia o de una experiencia creadora “hic et nunc”, sino que se imponen como cuestión primordial recuperar y dar continuidad de la manera más eficaz posible a ciertos modelos antiguos. Por eso son, propiamente hablando, restauraciones.
Por la que respecta a España, la situación suscitada por las guerras y la agitación napoleónica suponen una especie de colapso intelectual, político, económico, espiritual…, que dificultan la reactivación de unos proyectos monásticos con personalidad e identidad propias, “autóctonos” (pérdida definitiva de la Congregación de San Benito de Valladolid, por ejemplo). Las congregaciones religiosas que surgen en nuestro territorio son de “vida activa” (no “contemplativa”) y de tipo apologético dentro de un contexto de “subcultura” católica. La restauración monástica española se hace a partir de modelos instaurados en Francia, Alemania e Italia, de donde se importan esquemas y orientaciones monásticas y, en algunos casos, personas (en particular, de origen y mentalidad francesa). Pero tampoco en nuestro país son lo mismo todas las restauraciones monásticas. Sin atendemos a la impronta ideológica, no se pueden igualar en todos sus matices y su profundidad una restauración que tiene lugar en un enclave político, ideacional, religioso o cultural castellano, por ejemplo, y aquella que acontece en un contexto vasco o catalán. De hecho, los proyectos monásticos no solamente tienen una historia particular por la que se diferencian entre sí, sino que, además, son distintos según los lugares donde emergen, como hemos podido comprobar en páginas anteriores y volverá a ratificarse en el capítulo siguiente. Las restauraciones más fervientes y ortodoxas son aquellas que surgen a finales del siglo XIX y principios del XX, coincidentes en reproducir el modelo tradicional que se restaurar y, por lo tanto, deficitarias de una especificad o singularidad propias, esto es, de una orientación mental espiritual nueva y diferenciada.
Por lo demás, es indudable que desde los comienzos de la restauración de monástica hasta hoy los monjes han alcanzado en toda Europa metas importantes en los campos social y asistencial, en las artes, la investigación, el gobierno de la Iglesia, en los saberes en general, de modo semejante a lo que había acontecido en épocas pasadas. Ya hemos mencionado las fecundas aportaciones de Solesmes en el terreno de la liturgia y de la música sagrada, o la contribución de Mont-César a la pastoral litúrgica, o la de Maredsous a través de la figura de Dom Columba Marmion, maestro y divulgador por escritos de una corriente de espiritualidad cristiana que tanto habría de influir en los ambientes católicos, etc. En Italia destacará, entre otros, Dom Schuster, cardenal y arzobispo de Milán, historiador de la liturgia. En Inglaterra, hay que recordar los trabajos realizados por los abades Butler, sobre la historia del monacato, y Vonier, autor de quince volúmenes teológicos de corte tomista. En Alemania sobresalen Dom Herwegen y Dom Odo Casel, ambos de María Laach, famosos por sus aportaciones en el campo litúrgico y en la reflexión teológica (“Mysterientheologie” o Teología de los Misterios). En Bélgica, Dom Beauduin destacó como pionero del movimiento litúrgico belga, así como en la corriente ecuménica para la unidad de los cristianos impulsada desde los monasterios de Amay (1925) y Chevetogne (1939)
Han sido mundialmente reconocidas las labores de investigación hechas por los cistercienses Séjalon, responsable de la reedición de una colección de fuentes monásticas denominada “Nomasticon Cisterciense”; Janauschek, editor de los “Xenia Bernadina”; Gregor Müller”, etc. La lista, en cualquier caso, es más larga de lo que acabamos de señalar.
En España ha sido la Orden de San Benito la que más se ha distinguido en los estudios y en la formación intelectual de sus monjes. Una vez restaurada la vida monástica en los respectivos monasterios, no han faltado abades que han procurado la selecta educación de algunos monjes poniéndoles en contacto con las mejores corrientes culturales de Europa. Destacaríamos en esta línea de intelectualidad monasterios como Montserrat o Lazkao. Los benedictinos de Montserrat despuntarán entre las demás abadías. Tradicionalmente, los monjes de Montserrat han cultivado la historia, la liturgia, la música sagrada, la exégesis bíblica, la espiritualidad (no olvidemos la gran influencia que tuvo el Ejercitatorio de la vida espiritual, de García Jiménez de Cisneros), la teología, la lengua y literatura catalanas, las lenguas clásicas, el arte imprimir (desde 1907 cuenta el monasterio con una Editorial), etc. Son varias las revistas y colecciones de carácter científico y de divulgación que han visto la luz en este monasterio. El archivo, la biblioteca, la pinacoteca, o el museo de Montserrat nos dan cuenta del extraordinario patrimonio (acrecentado tras la restauración) de que dispone hoy esta gran abadía. Hemos de mencionar, también, el caso de los monjes silenses, cuya producción literaria y artística va a estar representada por importantes trabajos en los campos litúrgico-musical y de las ciencias eclesiásticas. En 1898 se funda el “boletín de Silos”, que representa un importante instrumento de divulgación de la Orden Benedictina, así como de propagación de la liturgia y e canto gregoriano; en 1907 la comunidad silense asume la dirección de “Revista Eclesiástica”, Órgano del clero español, a través de cuyas páginas los monjes van a tener una destacada influencia en el estamento sacerdotal. Silos tendrá su mejor historiador en la persona de Dom Férotin, archivero del monasterio, destacando por las publicaciones de “Liber Ordinum” y “Liber Mozarabicus”, sin que olvidemos la labor cientifica desarrolada por el abad Dom Luciano Serrano, reconocido historiador e historiógrafo, etc. Entre los Jerónimos, la tradición artística de la Orden se recupera un tanto a partir de la restauración de 1925, José Mª Aguilar, o Fr. Bartolomé Royer en arquitectura. En la historiografía moderna de la Orden destaca Fr. Ignacio de Madrid; en la forja del hierro y en la encuadernación antigua sobresale Fr. Francisco de Andrés.
Concluimos este capítulo subrayando que el recorrido que hemos hecho por algunos jalones de la historiografía monástica más reciente, aplicado, sobre todo, al caso de España y tomando como primer punto “a quo” o de partida la restauración del siglo XIX, ha tenido como finalidad dejar constancia del proceso global de recomposición protagonizado por unas Órdenes monásticas en el periodo que va desde la Revolución Francesa hasta el momento en que la historia monástica entra bajo la influencia renovadora del concilio Vaticano II, acontecimiento éste que tomamos, a efectos metodológicos, como segundo punto “a quo” o de partida la restauración del siglo XIX, ha tenido como finalidad dejar constancia del proceso global en el periodo que va desde la Revolución Francesa hasta el momento en que la historia monástica entra bajo la influencia renovadora del Concilio Vaticano II, acontecimiento éste que tomamos, a efectos metodológicos, como segundo punto “a quo” de dicho proceso. En consecuencia, será el concilio Vaticano II el hecho histórico que nos introduzca ahora en lo que llamamos, de manera muy general, la adaptabilidad de lo monástico, refiriéndonos con esta expresión tanto a los trabajos de renovación emprendidos por las Órdenes monásticas una vez terminado el último concilio (lo alcanzado), como al desafío que esa adaptabilidad conlleva en nuestros días (lo esperado) para el futuro del monacato.
Articulos Monásticos
Incluimos diversos documentos de varios autores que, a través de su experiencia monástica, tratan diversos aspectos del monacato y la vida contemplativa:
- Oigo en mi corazon, Buscad Mi Rostro – P. Bernardo Olivera – 2008
- Tristeza_corrosiva_del_deseo_de_Dios
- La oracion que Jesus nos enseno – P. Bernardo Olivera – 2005
- VIDA COMUN EN COMUNIDAD DE AMOR – Bernardo Olivera – 2004
- SOBRE EL CELIBATO Y VIRGINIDAD CONSAGRADOS – P. Bernardo Olivera – 2003
- Nadie da lo que no recibe, Acompanamiento espiritual – P. Bernardo Olivera – 2002
- NUESTRO SEGUIMIENTO MONASTICO DEL SENOR JESUS – P. Bernardo Olivera – 2001
- El siglo XX y Jesus Resucitado – P. Bernardo Olivera – 2000
- LA VIDA FRATERNA, CONSTRUCCION DE LA PAZ DE LA COMUNIDAD – M. Cristina Piccardo
- LECTIO DIVINA Y VIDA MONASTICA HOY – Enzo Bianchi
- Relacion entre generaciones – Enrique Contreras (O.S.B.) – 2002
- RELECTURA Y VIVENCIA DE LA REGLA BENEDICTINA HOY EN AMERICA LATINA – Guillermo Arboleda
- Vida fraterna a partir de la Regla de San Benito 63 – Abad Edminson Caetano